Hay una condición donde no hay tierra, ni agua, ni aire, ni luz, ni espacio, ni límites, ni tiempo sin límites, ni ningún tipo de ser, ni ideas, ni falta de ideas, ni este mundo, ni aquel mundo, ni sol ni luna. A eso, monjes, yo lo denomino ni ir ni venir, ni un levantarse ni un fenecer, ni muerte, ni nacimiento ni efecto, ni cambio, ni detenimiento: ese es el fin del sufrimiento.» (Nirvana según Siddharta Gautama - Buda).
Desde los tiempos remotos en que maestros y aprendices, hombres y dioses, marcaron senderos imposibles hacia el Nirvana, nunca nadie pudo dominar el esquivo arte del autoconocimiento que despierta la fuerza y el poder…
Durante milenios, el continente de Samsara fue asediado por cruentas guerras, reinos sedientos por la gloria y la victoria masacraban sus pueblos en el altar de la soberbia y la codicia. Fue la era de la oscuridad, y fue tan larga, que las personas ya habían olvidado lo que era la paz. Pero todo habría de cambiar.
Arita, una Ascendiente distinta al resto, se atrevió a transitar un camino diferente. De guerra, sí, pero también de redención, sacrificio y contemplación. Sus ejércitos eran diferentes, cuidaban de sí
mismos, respetaban a los caídos, inclusive a los enemigos, luchando con igualdad y sin malicia. Así consiguió lo que muchos buscaban y lo que nadie había logrado, ascender y alcanzar el Nirvana,
logrando así una espiritualidad que le permitiría desatar fuerzas desconocidas.
Pero no sería tan fácil, el Reino de los Dioses no toleró que un Ascendiente llegara al Nirvana antes que ellos y lanzó un ataque terrible sobre Samsara. Los Eight Trigrams, 8 dioses que controlaban los elementos, fueron enviados a destruir todo a su paso, dejando solo miseria y muerte…
Arita, comprendió el trágico destino de su pueblo ante la furia incontrolable de los Eight Trigrams, sabía que la ira no iba a cesar. Se retiró a la montaña para meditar largamente ante la atónita mirada de sus vasallos. Al regresar, sus soldados vieron, en la paz que surgía de la profundidad de sus ojos, que Arita había resuelto sacrificarse a sí misma para preservar lo poco que quedaba de Samsara, presentándose ante el Dios supremo, Cheonsiwon, como ofrenda de paz.
Cheosiwon, todavía molesto, decidió enfrentar a Arita con Heuk, el Dios de la muerte… Arita, aceptando su destino prefirió no luchar; frente al ataque de Heuk, su espíritu entonces, se dividió en dos. Y de la misma manera, Samsara también se partió: Una parte contaminada de odio y muerte se convirtió en el reino de Hwangcheon, en donde hoy reina Heuk y su ejército de muertos en medio de la oscuridad; y la otra mitad, fue Asu, el reino de la luz, donde la naturaleza y la vida son los principios fundamentales.
En algún momento de esta división, tú, un humilde aprendiz caerás en un lugar entre ambos mundos sin ningún tipo de recuerdos. Tu misión es aprender a conocerte a ti mismo y conocer al enemigo y únicamente de esta manera, podrás elegir tu destino.